1. LO ELEMENTAL
Nombre: Jesús Alfredo Díaz Díaz y García Solís.
(Así mismo, como los embajadores y los cónsules).
Fecha de nacimiento: 03-03-1949
Lugar de nacimiento: Asturias, España
Signo Astrológico: Piscis.
Ascendente: Virgo (Al parecer)
No pensarás que te lo voy a decir todo.
2. LO FORMAL E INTRASCENDENTE.
Oficial de Marina Mercante.
Ing. Técn. en Mtto. Mecánico.
Lic. Ciencias Náuticas.
Abogado.
Piloto-Práctico de Puerto.
Dos postgrados.
3. RESPUESTAS A LAS PREGUNTAS TÍPICAS
¿Cómo te definirías a ti mismo?
Es la pregunta que me han hecho muchas veces. Es tan resquemante como caer en un ortigal, que te levantas sacudiéndote por todas partes y no logras quitarte nada. Porque resulta que el menos facultado para describir cómo se es, es, precisamente, uno mismo. No sería más que intentar indicar, con palabras, lo que “creemos” que somos. Y podemos estar tan equivocados.
Cuando queremos definir algo, cualquier cosa que sea, es difícil abarcar todas sus cualidades y propiedades. De modo que, para definirla, tomamos solo lo más resaltante de ella. Por eso es que toda definición es limitante e inexacta.
Las veces que me han hecho esa pregunta he pensado en responder, para ser más preciso, algo como:
Animal vivíparo, mamífero vitelino y homínido bípedo; homo sapiens sapiens muy sapiensis. Habitante del tercer planeta en la órbita solar, en no sé qué sector de la Vía Láctea. Tendría que agregar que también tengo algo de rumiante.
Mi abuela me decía que yo me la pasaba rumiando los pensamientos.
Ahora, después de tantos años, yo tan solo respondería:
Unas veces estoy abajo y otras estoy arriba.
El seudónimo con el que se me conoce, desde que nací, es Alfredo Díaz García. El nombre verdadero, con el que fui creado, sabrá Dios cuál es.
El Alfredo fue por el hermano menor de mi madre, que murió en la guerra civil por causa de fuego amigo. De modo que, en una época en que lo usual era tener un solo nombre propio, a mí me dieron dos. A mi padre o a alguien de su familia se le ocurrió encasquetarme, y nada más que de primero, un Jesús; nombre de su hermano menor, para estar iguales por ambas familias. Yo prefiero el Alfredo. El Jesús es para los asuntos oficiales. Yo se lo dejo a los que tengan vocación de mártires y no les importe ser crucificados.
¿Cómo te ven los demás?
¿No te digo? Hay que ser necios para preguntar eso. ¿¡Cómo voy a saber la forma en que los demás me ven?! Cada quién me verá de forma muy diferente. Unos quizás vean a una persona muy seria; otros, a un introvertido. Y según los momentos y el lugar hay quienes verán en mi a un bromista y jodedor impenitente. Otros pensarán que soy inteligente, muchas dirán que soy educado y otros más opinarán que soy un engreído. ¿Y qué? Ninguna de esas opiniones modifica en nada lo que realmente soy.
¿Cómo me veo yo mismo? Pues puedo resumirlo en unas pocas palabras. Son las que Atahualpa Yupanqui dijo en su canción «Los ejes de mi carreta», con respecto a que lo llamaban abandonao porque no los engrasaba:
Si a mí me gusta que suenen, pa’qué los quiero engrasaos.
¿A qué me dedico?
Estoy —que no soy— jubilado a tiempo parcial.
Es por ello por lo que ya las titulaciones académicas me resultan completamente intrascendentes, como no sea para aplicar a mis novelas los conocimientos adquiridos y acumulados.
Soy escritor a dedicación permanente, desde entonces.
Soñador a tiempo completo y, como regido por el último signo del Zodiaco, unas veces estoy en el aire y otras dentro del agua. Total: en ambos fluidos se flota. Será por eso por lo que, en ciertas situaciones placenteras de la vida compartidas por dos, me resulta indiferente estar arriba o abajo. Es por eso por lo que unas veces estoy abajo y en otras estoy arriba.
El ascendente planetario de Virgo, por fortuna, me otorga ese punto de orden en el aparente caos que dicen que Piscis lleva; sobre todo cuando estoy arriba. Porque cuando estoy abajo es un misterio.
De tanto estar abajo; dentro del agua, me refiero, aprendí muy bien a cerrar la boca y aguantar la respiración, ya que el pez muere por la boca, dicen, y no por que se ahogue. También por eso de que en boca cerrada no entran moscas. Además, la única forma de sumergirse a gran profundidad y sin esfuerzo es llenando los pulmones de aire, cerrar la boca y bajar lo suficiente. Si llegas a los 35 m y como quien rompe la barrera del sonido, la presión te habrá comprimido de tal manera que pierdes la flotabilidad y ya caes a plomo hasta el fondo, como las ballenas.
Por eso es que me gustan las largas y profundas inmersiones buscando los lugares de silencio y paz donde el hombre no ha llegado. Luego, como delfín solitario, salto fuera del agua buscando con avidez el aire vivificante. Quizás, si todo va bien, en ese salto encuentre alguien dispuesto a dar una profunda reanimación boca a boca. Alguien que también quiera sumergirse conmigo a ese mundo azul profundo, adonde nadie más ha llegado, y conocer sus secretos.
¿Aficiones?
Pensar, leer, escribir, pintar, vivir la naturaleza y los animales; cabalgar, navegar en velero, bucear; pensar nuevamente y plasmar las ideas en alguna creación.
Me agradan el bricolaje de carpintería y herrería, las manualidades en general. No hay como observar el fruto de una idea llevada a la realidad, sea una silla, una pintura o una novela, un arreglo floral o una pajarita de papel en un ejercicio de papiroflexia.
Siempre me han atraído la arquitectura, el periodismo, la psicología, la parasicología, la metafísica; las leyes, las religiones comparadas, la computación y la ensalada César y la Caprese con aceitunas verdes y queso fresco de cabra…, entre muchas otras cosas. En organizaciones abiertas, semiocultas, ocultas, herméticas, al vacío y tupperware, he realizado estudios e investigaciones formales e informales en esas áreas y también en otras. Las inclinaciones en mi vida conforman una ensalada de múltiples texturas, colores, sabores y aromas.
Lo que más anhelo: La sabiduría, para conocer cuándo tengo que dejar de perseguir algo, por no ser llegado el momento o, al contrario, cuándo insistir un poco más para alcanzarlo.
Mi ideal
La perfección. Porque sé bien que es inalcanzable. Es como escalar una montaña que no se conoce. Cuando uno piensa que ha llegado a la cima, ve que solamente ha coronado una loma más en la ascensión. Sin embargo, fue necesario llegar hasta allí para darse cuenta de la existencia del siguiente nivel.
Todo es perfectible: las cosas hechas por el hombre son perfectibles, el mismo ser humano es perfectible; el alma, incluso, es perfectible. Quien piense que, en este mundo, está cerca de alcanzar la perfección, que me llame, porque tendré el placer de estar hablando con un ángel. Quien sepa que ha alcanzado la perfección que me busque, por favor, yo se lo agradeceré, porque tendré la dicha de estar hablando cara a cara con un dios.
Yo, quizás como buen pisciano en mi dualidad, vivo de manera constante entre dos mundos: uno de los delfines que yo soy se conforma y disfruta con su acuática vida; el otro, más inconforme, salta afuera constantemente buscando estar en el aire y el mayor tiempo posible, y nadar en las corrientes que fluyen por las galaxias y el universo.
4. LO BANAL
Todos nacemos pintores.
Mucho antes de caminar ya pintamos. Cualquier cosa que encontremos a mano es válida para hacer rayas sobre las sábanas, paredes, piso y donde se tercie. Si un bebé no tiene nada mejor, veremos que sus propios dedos son buenos pinceles para pintar sobre lo que consiga untados en la propia caca, que para eso es de él. Eso lo hizo varias veces mi creativa hija mayor siendo infante.
En nuestro crecimiento, para cuando logramos decir un par de frases decentes, ya mucho antes hemos garrapateado unos cuantos palitos, cuadrados y círculos formando una casa, un pajarito o a papá y mamá; aunque los colores se salgan de los bordes por no conocer límites. En definitiva: resulta más fácil y natural pintar que hablar o escribir.
Mis padres emigraron desde Asturias a Venezuela allá por 1953. Un año más tarde, teniendo yo cinco de edad, me llevaron con ellos. Con diez años me enviaron de vuelta a España para que hiciera el bachillerato. Y como en Caracas yo estudiaba en el colegio de La Salle, fue natural mi transición para el colegio homólogo, en Palencia. Corría el año académico de 1962. Allí me resultó interesante ver la forma en que las palmas de mis infantiles manos se encallecían. En parte fue por tanto darle a la dura pelota jugando al frontón y, en parte, por los azotes en ellas con vara, de la que algún que otro hermano era aficionado al uso como medio correctivo, porque «la letra con sangre entra» decían.
Para comenzar el cuarto año de bachillerato me cambiaron para el colegio Santo Domingo de Guzmán, de los Padres Dominicos, en Oviedo, la capital del Principado de Asturias. Fueron años de aprendizaje, en muchos sentidos. Allí descubrí que la velocidad de la mano de un padre dominico puede ser superior a la capacidad de captación del ojo humano. Sobre todo cuando esa mano está dirigida a darte un hostiazo de padre y señor nuestro. Con todo y eso fueron mis años más hermosos; no por el colegio, precisamente, de cuya vida tengo buenos recuerdos, a pesar de todo, sino por mi vida cuando no estaba en él.
Mi idilio con España terminó bruscamente en el año de 1965. Fue cuando explotó la bomba atómica. No es que tenga yo una confusión de fechas, es que fue entonces que mis padres decidieron llamarme para que regresara nuevamente a Venezuela. No hubo preguntas ni derecho a pataleo. Yo no quería; pero en esa época mi opinión contaba menos que el maullido de un gato en medio de una reunión de la OEA.
Siempre atraído por el mar —pez, al fin y al cabo—, me interesé en saber cómo hacían los navegantes para conocer su posición, trazar sus rumbos y llegar justo a donde ellos querían. Así que, ni corto ni perezoso, ingresé en el régimen de internado paramilitar de la Escuela Náutica de Venezuela para ser Oficial de la Marina Mercante. Me gradué en octubre de 1971 siendo el primero de mi promoción en la especialidad de navegación. En el mes siguiente ingresé en la flota de buques petroleros de la compañía Shell de Venezuela, basada en Maracaibo.
Pronto me di cuenta de mi error. Aquella vida de lejanía y ausencias no era precisamente para mí, por lo que la dejé al cabo de pocos años. Sin embargo, el mar y los buques no terminaban allí. Es difícil escaparse a algunos errores de juventud y a algunos gustos que se llevan en el alma desde otras vidas.
Algunos años después ingresé al Cuerpo de Pilotaje. Primero, como Piloto Navegador (Práctico) en el Río Orinoco; luego, como Piloto de Puerto en la ciudad de Puerto La Cruz, en cuya Capitanía de Puerto ejercí varios cargos administrativos, incluyendo el de Capitán de Puerto Adjunto. Esas ocupaciones duraron muchos años más de los que yo hubiera querido, aunque de eso, sinceramente, no me arrepiento para nada.
En algún momento recuerdo que me casé. No me pregunten la fecha. ¿Hijos? Yo tan solo quería dos: un varón y una hembra —la perfección, para muchos—. El varón vino de primero, sin ninguna prisa por su parte, quizás algo indeciso pensando si, bajo el signo astrológico de Piscis, prefería el siempre evaluativo y un tanto indeciso ascendente de Libra, de esa hora, o mejor esperaba un poco para caer en el siguiente. Al final, lo agarró el parto sin decidirse.
Pocos años después, la hembra, al contrario, llego mandona y pidiendo pista para aterrizar, apurada por vivir y hablar y puso a correr a todos… menos al médico partero. Ella tenía mucho que decir —aún no ha parado— y, como buena representante del signo del Escorpión, no le importó en absoluto el ascendente que tendría; le daba igual. Pero que haya sido Cáncer… Les advierto: nunca pidan que un hijo sea travieso y tremendo, mucho menos una hembra, porque el Cielo los puede complacer.
Ajeno a mis deseos personales como padre, el destino, por su lado, había escrito que tenían que ser tres hijos, de cualquier forma. Así que, la otra hija que me tenía guardada como sorpresa, llegó cuando a ella le dio la gana. Alguien le contó eso de: «pedid y se os dará», y ella se lo creyó. El caso fue que a ella le funcionó: tuvo lo que pidió y en el momento en que lo pidió.
5.- LO TRANSCENDENTE.
Cuatro declaraciones de principios.
En lo religioso:
Por esos accidentes geográficos, quizás porque la cigüeña ya iba algo cansada y no logró remontar sobre los montes o por lo que haya sido, yo nací en una población y una familia católica, apostólica y romana; aunque poco practicante, por no decir muy poco. Vamos, que formaban parte de la mayor rama del catolicismo. Sin embargo, aun cuando sigo dentro de la Iglesia Católica porque, la verdad, igual me da que piensen que estoy, puedo afirmar que no me encuadro dentro de una corriente ni me dirigen doctrinas religiosas de ningún género específico.
Yo me rijo por mis propias creencias fundamentales, más bien eclécticas, porque contienen ideas de distintas corrientes filosóficas. Después de realizar estudios de religiones comparadas, opino que ninguna religión es portadora de la verdad absoluta, para querer imponerse a las demás, menos aún si lo hace aplicando la intimidación y la fuerza. No recuerdo quién fue el que dijo:
No le quites a un hombre sus ideas, si no tienes otras mejores con qué sustituírselas.
¿Y quién les habrá dicho a cada una de las religiones que todas sus ideas son las mejores? Yo, de ser seguidor de algo, quizás lo sea del camino del medio… siempre que no sea el más transitado, ya que, en ese caso, de seguro que buscaré otro más tranquilo. Porque, como dijo Facundo Cabral en una de sus canciones:
Lo conocido, de seguro que ya no tiene misterio.
Yo pienso que un hombre de convicciones profundas es aquel que pude morir por sus ideas, pero nunca matar por ellas.
Hoy en día, complementando esto, he llegado también a comprender que un hombre sabio es aquel que, como Galileo, puede cambiar sus ideas para no morir por ellas. Galileo tenía razón. Al fin y al cabo, lo que digas es tan solo lo externo. Tú puedes decir lo que los otros quieren escuchar, porque nadie sabe lo que tú sientes en tu corazón ni lo que piensas en realidad.
En lo político:
Nunca he tenido afiliaciones políticas ni preferencias o inclinaciones marcadas por ningún partido o corriente social. Todavía hoy sostengo que no me importa el nombre que se le de al sistema político que me gobierne. Me da igual que sea monarquía, presidencialismo o cualquier otra forma de gobierno, con tal de que el país prospere y los ciudadanos tengan trabajo estable y adecuadamente remunerado, seguridad social, bienestar total y libertades, en el sentido más amplio y real de la palabra. Podía haberlo resumido en una sola palabra: felicidad. Una felicidad real, no virtual.
En lo deportivo:
¡Viva el ganador! ¡Arriba el mejor!
Tampoco pertenezco ni he pertenecido a ninguna peña deportiva ni tengo club favorito. No me interesa si la liga la ganó el Real, el Atletic, el Barsa o el Sporting de Gijón. ¡Que gane el mejor! Y aborrezco las corridas de toros, así como todo lo que implique peleas de animales o el sacrificio inútil de ellos.
En lo fundamental:
Respeto absoluto por el medio ambiente y la vida, sea de personas, de animales o plantas. Todos tenemos cabida en este planeta. ¿Cuántas especies hemos contribuido a que desaparezcan? Me encanta la madera, adoro un buen mueble de sólida madera; pero si eso va a significar el fin de los bosques en donde tan bien me encuentro, prefiero sentarme, comer y vivir entre plástico reciclado.
En lo literario tengo unas cuantas obras escritas y algunas cuantas más por escribir.
Puedes invitarme a conversar en tu casa. Eso sí, no cometas la descortesía de tener el televisor encendido, porque yo saludaré entrando, me despediré y saldré con las mismas.
Alfredo Díaz G.
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